jueves, 27 de diciembre de 2012

6. Los bandidos


Garen, sin poder evitarlo, se echa a la esquina opuesta de la habitación. ¿Qué demonios acaba de pasar? No pudo evitarlo, ¿cuántos colgantes te queman mientras duermes? Esto no tenía buena pinta, algo raro pasaba, y no estaba dispuesto a quedarse sentado mientras se desarrollaban los hechos. Leynard le habló de su responsabilidad, de un fénix, de algo que cambiaría su vida. Había aceptado, no había marcha atrás, era su responsabilidad. Lentamente se levantó, y, aunque con un poco de duda, se acerca y agarra el colgante. Sin saber qué hacer, mira por la ventana, a tiempo para ver el sol salir por el extremo oriental del pueblo e iluminar, antes que a ninguna otra, la casa de Leynard. Debía ir allí, era su responsabilidad, no sabía por qué, pero debía ir. Se puso el colgante, aunque ocultándolo debajo de su camisa, abrió la ventana y, sin pensárselo dos veces, saltó por ella.


Al caer al suelo, corrió, corrió sin pensar y sin mirar atrás. Debía ir a casa de Leynard, quería respuestas, y las quería ya. No aceptaría un no por respuesta. Todo estaba borroso a su alrededor, no había nada entre la casa de Leynard y él. Sólo veía el camino, nada en medio, nada a los lados, nada atrás.


¡PAM! Sin saber lo que pasa, desconcertado, y con un fuerte dolor en las costillas, Garen cae al suelo. Al levantar la vista, ve a Gondrian y a su pandilla de ladrones. Son unos bandidos, forajidos en todo el país, y, aun sin saberse cómo, son capaces de colarse en cualquier ciudad y desaparecer de ellas sin que nadie se entere. Nadie, excepto sus víctimas.


- Vaya vaya, ¿qué hace un hombre corriendo sólo a estas horas? – Pregunta Gondrian

- ¿Acaso es asunto tuyo Gondrian? Lárgate de aquí antes de que llame a los guardias – Garen sentía un poco de miedo, pero no el miedo que se siente ante un depredador, no un miedo contra un monstruo, sino contra un adversario. Un miedo natural, que te pone en guardia ante un peligro inminente.

 - Vaya, ¿y esos modales? No me gusta cómo me hablas. ¿Acaso no te enseñaron tus padres a tratar con tus superiores? Cuando yo decía palabrotas o tenía malos modales, mi madre me pegaba y después me hacía pagar una pequeña multa.
- Parece que no funcionó muy bien – Le espetó Garen desafiante. – Supongo que ahora yo debería aplicarte el mismo castigo.

- Ya me estoy hartando hombrecito, dame todo lo que lleves. – Dijo Gondrian, dando un paso hacia Garen. Sus amigos habían pasado de la juerga a la seriedad, listos para pelear.

Garen no dio un paso atrás, sino todo lo contrario. Avanzó, desafiante, mirándolos a todos uno por uno. De repente se paró y les espetó:

- Si tanto queréis lo que tengo, ¿por qué no venís a buscarlo?

No hubo que repetirlo dos veces: acto seguido, los bandidos se abalanzaron sobre él dispuestos a darle una paliza. Se había criado como herrero, y tenía fuerza. Cuando se abalanzó el primero, le dio un puñetazo en la nariz, rompiéndosela y dejándolo en el suelo. Al segundo le hizo un placaje y, una vez en el suelo, le dio un puñetazo en el cuello, dejándolo mudo por un tiempo y dolorido. Uno le sujetó por la espalda, pero Garen le cogió y lo tiró hacia delante de cabeza, dejándolo inconsciente. Parecía que podría con ellos, pero eran demasiados, porque antes de poder darse la vuelta, alguien le dio en la cabeza dejándolo inconsciente.


Cuando despertó, estaban yéndose. Parecía que se habían divertido, porque le habían apaleado. Se registró buscando qué se habían llevado. No tenía la bolsa de dinero, pero de repente se acuerda: ¡El colgante! Desesperado lo busca. Gracias a dios, no lo han visto, sigue ahí, deberían estar borrachos. Sin embargo, no está dispuesto a ceder, no, no era de esos que se rinde, pues prefería morir con la cabeza alta que morir de rodillas.


Pero algo despertó dentro de él, como un fuego de furia, odio y sed de venganza. Se levantó, cogió una piedra del camino, lo suficientemente grande como para usarla como arma, aunque no tanto como para que suponga una carga. Se abalanza sobre ellos, abriéndole la cabeza al primero. Antes de que pudieran reaccionar, le golpea con la piedra a uno en la cara, tirándole al suelo. Parece que era al que le había roto la nariz, bien. Esquiva justo a tiempo un puñetazo del tercero agachándose. Le da un puñetazo en la entrepierna, por lo que esta vez el que se agacha es el otro, y le da un golpe con la piedra en la nuca. Cae al suelo, ensangrentado, pero vivo. Aún respira. Pero no hay tiempo de preocuparse por los que están en el suelo, aún quedan más, y muchos golpes por repartir. Sin embargo, sus contrincantes no piensan eso, y huyen, pero no está dispuesto a dejarles escapar. Cuando se dispone a perseguirlos, oye los gritos de los guardias. Se pone la capucha para que no le reconozcan y huye a toda prisa, no pueden atraparle.


La puerta de la ciudad estaba lejos, pero ésta no entraba en sus planes, pues está vigilada por unos guardias que le arrestarían. Además, la empalizada que rodea la ciudad no es muy alta, y salta por ella. Por suerte, los guardias no hicieron eso, y le dejaron huir. Rápidamente se puso en marcha hacia la casa de Leynard, tenía que explicarle unas cuantas cosas.


Llegó a la puerta y llamó, aunque no obtuvo respuesta. Era raro, pues el anciano apenas dormía, y tenía un sueño muy ligero. Algo estaba pasando, rápidamente abrió la puerta y le llamó, aunque sin respuesta. Estaba claro que seguía allí, pues no habían pisadas suyas saliendo de la casa. Garen era un experto cazador, y podía verlo con claridad. El anciano aún seguía allí. Temiéndose lo peor, subió las escaleras a toda prisa hasta la habitación del hombre. Al abrir la puerta, vio lo que menos quería ver: Leynard estaba tumbado, pálido y enfermo. Parecía que iba a morir, pero, si moría, ¿de dónde sacaría las respuestas que tanto le acosaban y tanto necesitaba?

lunes, 24 de septiembre de 2012

5. El colgante


Al anciano se le dibujó una sonrisa en la cara, al fin había llegado aquello para lo que había esperado toda su vida, la razón de su existencia. Excitado, subió las escaleras. ¿No iba a contarle la historia? Se preguntaba Garen. Aquella reacción le desconcertaba, pero el anciano era sabio y no se había marchado porque sí. Estaría haciendo algo importante. Al rato bajó hacia donde estaba esperándole el muchacho, mientras portaba una bolsa de cuero. El chico notó que había algo diferente en el rostro del anciano, una mezcla de nervios, impaciencia y miedo, mientras unos sudores fríos surcaban su rostro. Pero cuando Garen le preguntó si le pasaba algo, Leynard negó con la cabeza. Algo estaba pasando, eso estaba claro, pero la cuestión era, ¿el qué?
-Debes irte- Dijo de improviso el anciano.
-¿Cómo?- Preguntó extrañado el muchacho.- ¿No decías que me ibas a contar una historia y las consecuentes responsabilidades?
-Cállate y tómala.- Le dijo mientras le lanzaba la bolsa de cuero.- Dentro hay un colgante, póntelo. Ahora huye, la guardia está de camino. Vete antes de que llegue.

Antes de que a Garen le diera tiempo a preguntar qué estaba pasando, Leynard le cogió del cuello de la camisa y le arrojó fuera de la casa y cerró la puerta de un portazo. El chico se quedó mirando pasmado la puerta, no sabía qué hacer ni cómo reaccionar ante aquella situación. De repente, unos ruidos le sacaron de su ensimismamiento, se giró, y allí estaba, la guardia estaba de camino, tal y como dijo Leynard; y a juzgar por sus caras, no iban a hacer una visita de cortesía. Garen rápidamente se fue por el otro lado de la colina y la rodeó a medida que avanzaba la guardia para que no le vieran. Tan pronto como pudo, salió corriendo en dirección al pueblo.

Al llegar a su casa, se introdujo sigilosamente en su cuarto, pues nadie debía saber, a excepción de Seira, ni lo que había pasado, ni lo que había en la bolsa. Cuando entró en su cuarto, se dejó caer pesadamente sobre la cama, y, lentamente, cogió la bolsa para descubrir su contenido. Estaba nervioso, ardía en deseos de saber qué era lo que el anciano le había dado, pero había algo que le hacía no estar tan seguro de hacerlo, como si, abrirlo, significara un gran paso que no admitiera marcha atrás. Cuidadosamente tiró del cordel que la mantenía cerrada y, allí, ante sus ojos, apareció el colgante más hermoso y laboriosamente trabajado que hubiera visto en su vida. Era de un oro resplandeciente, la cadena era de plata; las alas del fénix tenían incrustados diamantes y, en vez de ojos, tenía dos rubíes rojos como el fuego. A demás, el fénix estaba rodeado en un círculo de esmeralda, con unas inscripciones hechas con oro, pero en un lenguaje desconocido y que, a primera vista, parecía indescifrable. Todo el colgante mostraba tal trabajo y refinamiento que ni los mejores artesanos de todo Sëttlers hubieran podido hacerlo mejor. Tras estar admirándolo durante largo rato, se lo puso y, aunque estaba a punto de amanecer, se tumbó en la cama, pues ahora sólo le apetecía dormir.

Apenas había conciliado el sueño, un ardor enorme, como mil fuegos sobre el pecho, le despertó. Era el colgante, algo extraño acababa de pasar. Rápidamente se lo quitó y lo arrojó al suelo, pues éste era la fuente de todo aquello. Se miró la piel, y allí, marcado a fuego, tenía el colgante grabado en su piel. En dicha marca, al contrario que cualquier otra, se apreciaba hasta el más mínimo detalle del fénix y hasta la inscripción, la cual se leía con total claridad. Desconcertado, miró al collar, pero había algo diferente en él: los rubíes y la inscripción brillaban. ¿Qué demonios era ese colgante?

lunes, 27 de agosto de 2012

4. El compromiso


Todo estaba muy oscuro. Era una noche sin luna, y no había más luz que la que proyectaban las antorchas de las patrullas que vigilaban la ciudad. Eran especialmente cautos por la noche, debido al riesgo de peleas, asesinatos o alguna cosa así, por lo que a esas horas había que evitarlos especialmente. 

Los padres de Garen estaban durmiendo, a si que decidió aprovechar la ocasión. Abrió la ventana lentamente para que no hiciera ruido, se colgó de la ventana y se dejó caer. No era una gran altura, pues su habitación estaba en el primer piso, por lo que no se hizo daño. Una vez abajo, se puso una capucha y fue corriendo por entre las casas en dirección a la casa de Leynard el Sabio. Mientras el muchacho recorría las calles empezó a llover, por lo que tuvo que acelerar el paso. Sin embargo, seguía sin saber cómo iba a salir de la ciudad, pues lo más seguro es que las puertas estuvieran vigiladas y no le dejaran salir, si no lo detenían. Mientras pensaba sobre todo esto, llegó a ellas, pero había una sorpresa. Los guardias no estaban, pues seguramente se habrían ido a la taberna a refugiarse de la lluvia y, cómo no, a beber. Después de un rato de marcha, Garen por fin pudo ver la casa del anciano. Estaba sobre una colina, en la cual había un camino que llevaba hacia la vivienda que estaba rodeado de un mullido césped. El muchacho se aproximó a la casa, se introdujo en el porche y llamó.

Al cabo de un rato, el anciano abrió la puerta con cara de sueño y hastío. Parecía que acababa de despertarse y a juzgar por su expresión, pensaría que Garen había ido a preguntarle alguna cosa sin importancia, tal y como hacía la mayoría de la gente.
-¿Qué quieres?-preguntó Leynard
-Verá-respondió Garen-, quería preguntarle algo importante.
-Si lo que quieres es consejo sobre una moza te estás equivocando, joven, pues ahora no estoy para esas tonterías. Vuelve mañana y si estoy de humor te aconsejaré.-dijo el anciano, mientras cerraba la puerta. Sin embargo, Garen estuvo bien de reflejos y le impidió cerrarla.
-Verá, es algo importante, es sobre una especie de… sueño que tuve.
-Continúa.-dijo Leynard, algo más interesado en el tema.

Entonces, Garen le contó todo lo que le ocurrió, tal y como hizo con Seira, aunque esta vez con esperanzas de poder solucionar sus problemas. Sin embargo, antes de que pudiera terminar, Leynard, con una clara chispa de esperanza en los ojos, agarró a Garen y le metió dentro de la casa. Una vez dentro, el anciano, sin prestar atención al sorprendido muchacho, cerró la puerta y todas las ventanas, corriendo después las cortinas. Tras esto, miró a Garen y le dijo:
-Te he estado esperando durante toda mi vida. Hay algo que no sabes, y que, si no me equivoco, debido al tiempo, sólo yo, Mortmer y el fénix sabemos.
-¿El fénix?-preguntó Garen incrédulo y sorprendido.-Los fénix no existen, no son más que cuentos de niñ…
-Si no sabes de lo que hablas, cállate. El fénix fue lo que viste y lo que te habló. Y ahora, si me dejas, te contaré la historia que de verdad ocurrió y no la que te han enseñado. Sin embargo, una vez que la oigas, no habrá marcha atrás, y tendrás que aceptar las responsabilidades que ello conlleve, las cuales, son muchas y muy importantes. ¿Qué dices?

Garen se quedó dubitativo. ¿Responsabilidades, por oír una historia? Pero bueno, si había ido allí a por consejo, no a por responsabilidades. Sin embargo, había algo en el, un instinto, como el que le había empujado a entrar a la cueva y a mirar al agujero, el mismo que le llevó a la voz. ¿Y si todo aquello no era casualidad? ¿Y si debía dejarse llevar y aceptar? Tras meditarlo un breve tiempo, contestó:
-Acepto

sábado, 25 de agosto de 2012

3. El sueño


Garen se despertó. Se levantó de la cama y fue al baño a lavarse la cara, pues le dolía la cabeza. Había tenido un sueño muy extraño, algo sobre una cacería, un oso, un terremoto y una luz deslumbrante de la que salía una voz. Era extraño; pues no había sido un sueño especialmente bonito, o glorioso, o de algo para recordar, pero lo añoraba. Había algo en su interior que le impulsaba a vivirlo, a saber de dónde venía esa voz. Esa voz… cada vez que Garen la recordaba, sentía un profundo anhelo por ella, no sólo ansiaba poder oírla de nuevo, era una necesidad, pues la voz era profunda y dulce, a la vez que poderosa, mientras ocultaba en su interior algo de magia, pues esa luz no podía ser ninguna hoguera ni esa voz tan penetrante la podía haber hecho ninguna persona. Tenía que volver a oírla, pero no sabía cómo, pues simplemente la había soñado, aunque esperaba que no.

Bajó a la cocina para desayunar antes de ir a cazar. Sabía que no iba a poder desayunar mucho, pues en su casa la comida escaseaba últimamente. Cuando bajó, se llevó una gran sorpresa: un suculento filete de carne con un huevo frito.
-Madre, ¿qué es todo esto?
-Tu desayuno- dijo Hela, su madre, sonriente.
-Pero si no tenemos para comer
-¿Pero qué dices hijo? Con todo lo que trajiste ayer de tu cacería, comeremos como reyes durante al menos un mes.

Garen se quedó desconcertado. ¿No había sido todo aquello un sueño? No recordaba lo que pasó después de la voz, pero entonces, la voz había tenido que ser real. El muchacho engulló toda la comida tan rápido como pudo y salió despedido de la cocina hacia la herrería. Hoy su padre había salido a comprar más hierro para el negocio, así que estaría solo. Bien, se concentraba mejor en sus pensamientos mientras trabajaba el metal.

¿Qué había pasado después de lo de la voz? Garen no paraba de hacerse esta pregunta, y estuvo cavilando sobre esto durante horas y horas, pero por más que se esforzaba no conseguía recordar lo sucedido. Después de oír la voz, no recordaba nada más. No sabía cómo podía llegar al fondo del asunto, y con cada estrambótica idea que rechazaba daba un fuerte martillazo al acero.

-Tranquilo, que el hierro no te ha hecho nada
El muchacho se giró y allí estaba Seira, su mejor amiga. Era una muchacha muy hermosa, de unos dieciséis años, al igual que Garen. Tenía el pelo oscuro, liso y muy largo y unos ojos verdes muy bonitos.
-¿Qué te atormenta? –continuó ella.
-Nada- dijo Garen, intentando aparentar normalidad, aunque no demasiado bien.
-Garen, nos conocemos desde hace años, prácticamente desde que nacimos, y sé que hay algo que no me estás contando.
-Bueno, verás, es que ayer pasó algo que me está persiguiendo durante todo el día. Es algo difícil y largo de contar.

Entonces Garen le contó todo lo sucedido sin omitir ningún detalle. Era muy buen narrador, tanto, que tardó media hora en contarle todo. Seira, no se perdió nada de lo que dijo y se quedó cavilando en busca de una solución durante largo rato. Al cabo contestó:

-A mí no se me ocurre nada, pero seguro que a Leynard el Sabio sí que se le ocurre algo.
-¡Claro, es tan simple! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes?- Leynard el Sabio era el hombre más anciano de todo el pueblo. Su experiencia tanto en mil batallas como en numerosos amores y sus conocimientos adquiridos tras muchos años de lectura ininterrumpida, le había llevado a ser el hombre de mayor importancia de toda la aldea, y tanto soldados como aldeanos acudían a él a preguntarle sus dudas y preocupaciones.

Tras un rato de charla, Seira se fue, y Garen se quedó pensando qué decirle a Leynard. Estaba decidido, esa misma noche iría a verle, y solucionaría de una vez ese problema que le atormentaba.

jueves, 23 de agosto de 2012

2. La cueva


De repente, oyó un sonido, algo parecido a un desperezo. Eso no era un ciervo; mientras meditaba sobre lo que podía ser, empezó a oír el caminar de un animal. Fuera lo que fuera era grande, pero no como un ciervo; preparó la flecha, pues aunque no sabía lo que era, sabía que no sólo debía luchar con esa bestia por comer, sino por sobrevivir. Entonces, ante sus ojos, apareció un oso hambriento. Por primera vez en su vida, el cazador resultó ser cazado. El oso le miró mientras se levantaba para intimidarle; Garen dejó su mente vacía y le apuntó al cuello, pero aunque no aceró a su blanco, por suerte le clavó la flecha en el pecho. El oso, aunque debilitado, atacó desesperadamente para defenderse, en una danza de muerte en la que sólo uno podía salir con vida.  Debido a la herida, sólo podía hacer movimientos torpes, por lo que Garen esquivó la primera embestida, aprovechando para sacar su cuchillo. El oso le lanzó un zarpazo, pero el muchacho lo esquivó mientras le hacía un tajo en una pata. En ese momento, toda la cueva retumba por los gritos del oso, el cual se giró mientras lanzaba un zarpazo hacia la cabeza de Garen.  Este se agachó para esquivarlo e inmediatamente después le clavó el cuchillo en el abdomen.

El oso, muy malherido, se quedó a cuatro patas mientras se creaba un charco de sangre por sus heridas. Éste miraba a los ojos de Garen pidiendo clemencia, pues ya no le quedaban fuerzas para luchar; el muchacho, compasivo, se dio la vuelta para irse, pues se había apiadado del pobre animal. En cuanto le dio la espalda, el oso, justo antes de morir, le dio un golpe en la cabeza, y, a Garen todo se le tornó negro, y perdió el conocimiento.

Cuando despertó, el oso ya había muerto, pero Garen estaba desorientado y tardó un rato en recordar lo que pasó. Cuando por fin consiguió hacerlo, sacó su cuchillo y empezó a destripar al oso para conseguir la carne que muy justamente se había merecido. Cuando ya estaba terminando, hubo un temblor que sacudió toda la cueva: caían estalactitas y rocas por todas partes. Cayó una estalactita muy cerca del muchacho, y esquivó que iba hacia su cabeza. Entonces, cayó otra muy grande y gruesa creando un gran agujero en el suelo.

Cuando el temblor acabó, Garen sintió un presentimiento que le empujó a acercarse al agujero para verlo: era muy profundo, y estaba todo muy oscuro; sin embargo, tenía una leve inclinación, como si fuera un gran tobogán. De repente, otra estalactita, que se quedó en un estado muy frágil tras el terremoto, cayó detrás del muchacho, el cual se asustó y se precipitó al vacío. Resbaló por el agujero durante algunos minutos que se le hicieron eternos; de repente, llegó al final y una intensa luz le deslumbró. Entonces, oyó una voz profunda, cálida y femenina. Era tan dulce que Garen, al oírla, se sintió en paz, como si no tuviera nada de qué preocuparse, y sus heridas y lo que pasó antes del terremoto que le arrojó hasta allí hubiera sucedido.
-No temas Garen, te estaba esperando.

miércoles, 22 de agosto de 2012

1. La cacería


Garen se despertó. Era temprano, aún no había amanecido, pero le gustaba madrugar. Salió de su habitación y se dirigió a la calle silenciosamente. Todo estaba vacío y ni siquiera se oía ni un solo ruido. A pesar de sus dieciséis años, Garen era muy hábil. Trepó a través de las ventanas de su casa hasta llegar al tejado. Le gustaba estar allí a solas, pues se sentía en paz viendo el amanecer. Se tumbó en el tejado mientras respiraba calmadamente. Las primeras luces del alba empezaron a aparecer por el horizonte, iluminando las silenciosas calles de Estion. Era apenas una aldea, con unas pocas casas. Estaban hechas de adobe y piedra, con tejados de paja. En lo alto de una colina cercana estaba el castillo de la ciudad. Los soldados eran crueles, y ejercían una cruel represión a los habitantes de Estion. Ya nadie tenía alegría en los ojos. A cualquiera que se le ocurriera hablar mal del emperador Mortmer o del Imperio, lo ahorcaban en la plaza del pueblo, y obligaban a la gente a asistir e insultar al condenado. Eran malos tiempos para Sëttlers.

Garen era herrero, como su padre y su abuelo. Era el empleo familiar. Sin embargo, últimamente no les daban trabajo, y no tenían dinero ni para comer. Por ello hoy iba a ir de caza. El día anterior había preparado todo lo necesario. Se bajó del tejado y entró a la casa. Cogió la mochila con todo lo necesario para sobrevivir varios días en el bosque, un cuchillo, un arco y un carcaj con flechas y salió de casa. Aún no había nadie despierto. Cuando salió a la calle ésta todavía estaba vacía. Con forme caminaba se oían sus pasos. Sólo sus pasos, y su respiración nerviosa. No le gustaba salir al bosque sólo aunque fueran solo un par de días. Corrían rumores de que estaba encantado, y aunque no se los creía, se ponía nervioso al entrar al bosque. Acababan de abrir la puerta de la muralla. Aunque más que muralla era más bien era un pequeño muro de madera. Habían dos soldados custodiando la puerta. Garen agachó la cabeza. Su experiencia con ellos le había enseñado que nunca había que mirarles a los ojos. Conforme llegó al linde del bosque, colocó una flecha en el arco y se puso su capucha para distinguirse mejor con el entorno.

Habían pasado ya dos días. Había cazado ya cuatro conejos y había robado tres huevos de un nido. Garen había dado por terminada la caza, ya había cazado suficiente. Recogió el saco y apagó las cenizas del fuego que había encendido la noche anterior y emprendió la vuelta al pueblo. Se había adentrado en las montañas y le esperaba un largo camino de vuelta.

 Cuando iba por una ladera oyó una rama partirse. Si había otro animal estaba dispuesto a cazarlo. Dejó silenciosamente la mochila en el suelo. Cogió el arco y puso una flecha en él. Se acercó al lugar de donde provenía el ruido y se asomó detrás de unos arbustos para observar a su presa. Allí vió al ciervo más grande que había visto nunca. Emocionado, le apuntó. Ahora tendrían comida para semanas.

 Lo tenía en el punto de mira. El ciervo le miró. Comprendió lo que pasaba. Empezó a correr conforme Garen soltó la flecha. Falló e impactó en un árbol. No iba a permitir que el ciervo escapara. Era una presa demasiado buena. Salió a la carrera detrás del ciervo. Lanzó otra flecha falló. Otra flecha, ésta le rozó la pata. Alrededor no había nada, sólo el ciervo y él. Parecía que iba a escapar. Justo entonces de entre los árboles apareció un barranco que se alzaba decenas de metros. Garen lo observó con una sonrisa. Ahora el ciervo no tenía escapatoria. Empezaron a correr por su base en una frenética persecución. De repente se plantó ante él una curva y lo perdió de vista un segundo. Al doblarla el ciervo ya no estaba. 

Sólo había pasado un segundo, no podía estar muy lejos. Entonces oyó un ruido a su espalda y se dió la vuelta. Había una cueva justo en la curva. Ahí debía haberse escondido. Estaba oscuro, pero eso no le importaba, pues el ciervo no tiene escapatoria. Garen se adentró en la cueva, pero, previendo que el ciervo no podría aguantar ahí mucho tiempo, se apostó a un lado de la entrada y esperó a que saliera. Tenía a tiro toda la zona iluminada. En cuanto el ciervo quisiera salir, le dispararía.

Pasaron las horas, y el ciervo no aparecía. Daba la impresión de que no estaba, no aguantaría tanto tiempo dentro. Debió escapar antes. Garen estaba seguro de eso, pero entonces, ¿quién provocó el ruido?